domingo, 7 de diciembre de 2008

LOS ÁRBOLES


Hubo un tiempo en el que viví en un ciudad donde todos los árboles eran de hoja perenne. El asunto, ahora lo veo, tenía su importancia. Aquellos magnolios eran una constante en todas las estaciones del año. Siempre vestidos, siempre impecables; invariables para advertir a todos los ciudadanos de aquella ciudad eternamente adormecida que el tiempo no pasaba, que vivíamos en una única estación que se prolongaría por los siglos de los siglos. Más allá de nuestra extinción, aquellos árboles seguirían allí, impasibles al discurrir del tiempo. La primera vez que llegué a Walden aún no había nevado. Las hojas de los árboles alfombraban de ocre los caminos. Caminé y ellas, con su crepitar, me contaban que el tiempo pasa, que llega el otoño, después el invierno, luego la primera, y finalmente el verano antes de volver a comenzar el ciclo. Todo pasa, todo vuelve. Aunque no quiera, aunque ahora luche por llegar al fondo de mi dolor yahora no sea más que un árbol negro y esquelético bajo el temporal, llegará el momento de reintegrarse al curso de la existencia. La vida es así.

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