martes, 9 de diciembre de 2008

ESPERO


Recuerdo pocos sueños. De niño tuve uno: perdía unas llaves en un estanque. Durante años, aún hoy, me pregunto qué llaves serían aquellas, qué significaba el sueño y, sobre todo, por qué lo he recordado hasta hoy. En realidad, creo que ya sé la razón. He perdido las llaves, no puedo entrar, mi corazón es una caja fuerte inexpugnable. Ha dejado de nevar en Walden, pero la niebla, el cielo espeso, una masa pegajosa y húmeda, sigue rondando por aquí. Paso las horas en silencio. A veces lloro. A ratos duermo y sueño cosas. Hoy vino Alicia visitarme, pero no sé de qué hablamos, no sé qué ocurrió. Ni siquiera tengo las llaves de mis sueños. Espero.

domingo, 7 de diciembre de 2008

APARECE UN HOMBRE


Juraría que he visto pasar a alquien delante de mi casa en Walden. Era una silueta negra. Contrastaba con el blanco de la nieve. Pasó delante de la ventana y cuando salí ya no estaba. No me había engañado, ví sus pisadas perderse. Hasta la fecha no he hablado con nadie aquí, en Walden. ¿Habrá vecinos? Claro. Acabo de ver uno. ¿No? Sin embargo, hasta el momento, mis dos únicos compañeros son la pareja de la fotografía de la habitación a la que aún no he puesto nombre. Puede que los llame Sábado y Domingo. Cualquiera podrá imaginarse por qué (Robinson Crusoe).
Hace años Alicia y yo viajamos al desierto. Fue la primera vez que sentí que, entre ambos, había un puente invisible imposible de cruzar. Un puente lleno de miedos. Ella mira la vida desde el temblor, desde una inseguridad total, como si el melodioso girar de planetas fuera, de repente, a detenerse, y todos entrasen en colisión unos contra otros. No se puede vivir así. Yo percibía la inmensidad de las arenas como una pista para correr, un horizonte sobre el que extender mi libertad. Ella, como una amenaza, como un límite. Pero yo no pude, no tuve valor, no fuí capaz de llevarla conmigo a este sentimiento que a veces me invade de que el mundo es mío, de que ha sido fabricado para mí y que siempre me regalará un segundo de felicidad a poco que decida probarlo. Quizá porque yo también soy un poco cobarde. El miedo,o la comodidad, me venció. En cambio, me impregné de ese temor y ahora supongo que ya no podría enfrentarme al desierto con el mismo hambre de horizontes con el que llegué allí. Recuerdo que lo que más me sorprendió fue cómo, pese a la aparente llanura, de repente, aparecía un hombre en bicicleta y, unos segundos después, ya no lo veíamos. ¿A dónde iba? ¿De dónde venía? ¿Se puede viajar de la nada a la nada? Me quedo mirando las pisadas del hombre que acaba de pasar delante de mi nueva casa en Walden. Puede que fuera yo mismo. Y que aún no logre darme alcance.

LOS ÁRBOLES


Hubo un tiempo en el que viví en un ciudad donde todos los árboles eran de hoja perenne. El asunto, ahora lo veo, tenía su importancia. Aquellos magnolios eran una constante en todas las estaciones del año. Siempre vestidos, siempre impecables; invariables para advertir a todos los ciudadanos de aquella ciudad eternamente adormecida que el tiempo no pasaba, que vivíamos en una única estación que se prolongaría por los siglos de los siglos. Más allá de nuestra extinción, aquellos árboles seguirían allí, impasibles al discurrir del tiempo. La primera vez que llegué a Walden aún no había nevado. Las hojas de los árboles alfombraban de ocre los caminos. Caminé y ellas, con su crepitar, me contaban que el tiempo pasa, que llega el otoño, después el invierno, luego la primera, y finalmente el verano antes de volver a comenzar el ciclo. Todo pasa, todo vuelve. Aunque no quiera, aunque ahora luche por llegar al fondo de mi dolor yahora no sea más que un árbol negro y esquelético bajo el temporal, llegará el momento de reintegrarse al curso de la existencia. La vida es así.

EQUIPAJE


Llevo varios días con la misma ropa. Aún no he deshecho la maleta. La tarde en que Alicia me confesó que ya no estaba enamorada de mí, y que había otra persona en su vida (no sé, pero ya lo sabía) ni me paré un segundo a preguntar más. No soy de los que luchan, soy de los que huyen, de los que dan un paso atrás, de los que no acuden cuando no son llamados. Hice la maleta y me marché. Aquella noche dormí en un hotel. Cerca de mi casa. Estuve dando vueltas por autopistas, rondas de circunvalación, por carreteras secundarias, por caminos casi sin asfaltar donde la maleza salía a atrapar mi coche, escuchando música que no podía oir, hasta que se hizo de noche y ví el letrero de aquel hotel. Saqué la maleta del coche y pedí una habitación. Entré, puse la televisión y me quedé viéndola como si no hubiera pasado nada. Antes de dormirme miré el equipaje y supe que allí estaba mi vida. Quince años de mi vida que no me atrevía a abrir. Un día de estos tendré que llamar a Alicia para preguntarle cómo está. Tendré que abrir la maleta para mirar qué hay dentro. Supongo.

EL PEZ


Una noche, cuando aún estábamos juntos, soñé que íbamos por una carretera. Conducíamos nuestro primer coche, de color plata. Amanecía y la carretera, mojada, reflejaba un cielo lechoso. Alicia iba dormida. La carretera, recta, terminaba directamente en la playa. El coche entró suavemente en la arena. Alicia despertó. Nos bajamos y fuimos andando lentamente hacia la orilla del mar. Nos descalzamos y dejamos que las últimas olas en llegar nos lamieran los pies. Yo metí la mano en el agua.
-¿Sabes qué mar es éste?, me preguntó Alicia, aún somnolienta.
- Es el mar pacífico, respondí, sin saber de dónde había sacado aquel conocimiento.
Entonces me desperté. La luz entraba por la ventana. Alicia dormía a mi lado, con sus hermosos cabellos negros extendiéndose sobre la almohada y una mano cerca de la boca, como queriendo chuparse un dedo. Olía muy bien, caliente. La besé en la espalda. Era el mar pacífico. Y yo un pez libre.
A veces recuerdo ese sueño.

YO, ROBOT


Llevo días sin escribir. Sólo veo nevar. Dejo pasar el tiempo, que se vaya fundiendo. Dentro de mí todo va aquietándose y, adormecido, actúo de forma maquinal, sin percatarme mucho de lo que realmente estoy haciendo. Alicia siempre me echaba en cara mi frialdad. Por eso, probablemente por eso, me gusta el frío: las moléculas detienen su vibrar, la urdimbre de las cosas se para y espera. A veces soy así, es cierto: espero, dejo que el tiempo se escape, no puedo moverme, no me queda más fuerza que esperar a la orilla mientras el río pasa. ¿Qué estará haciendo Alicia en estos momentos? ¿Y el pequeño Tomás? Hace un rato he salido de casa y me he sentado en la nieve. Nevaba copiosamente. Estuve hasta que pude resistir: el frío entró en mí, la nieve me abrazó y todo se heló para siempre. Dejo pasar el tiempo hasta que llegue el deshielo. ¿Me servirá de algo?

miércoles, 3 de diciembre de 2008

EL SILENCIO


!Eooo Eooo! ¿Hay alguien ahí? Sigue nevando en Walden. No salgo de casa. La pareja de la fotografía que está sobre la cama se ha pasado la noche mirándome. Tengo que buscarles un nombre. Para entretenerme pinto una casa con un camino que se pierde entre la nevada. Si el temporal continúa nos quedaremos aislados. ¿Más todavía? ¿Pero qué hago aquí? Anoche estuve a punto de llamar a casa, a mi antigua casa. Era la hora en que Alicia estaba bañando al niño y los eché de menos. Pero no lo hice. A qué llamar. Ya no tenemos nada que contarnos. La nieve es silencio, un largo silencio, como el que se ahora se extiende entre Alicia y yo.Sí, eso es lo que hago aquí, en Walden, desentrañar el silencio.