domingo, 7 de diciembre de 2008

APARECE UN HOMBRE


Juraría que he visto pasar a alquien delante de mi casa en Walden. Era una silueta negra. Contrastaba con el blanco de la nieve. Pasó delante de la ventana y cuando salí ya no estaba. No me había engañado, ví sus pisadas perderse. Hasta la fecha no he hablado con nadie aquí, en Walden. ¿Habrá vecinos? Claro. Acabo de ver uno. ¿No? Sin embargo, hasta el momento, mis dos únicos compañeros son la pareja de la fotografía de la habitación a la que aún no he puesto nombre. Puede que los llame Sábado y Domingo. Cualquiera podrá imaginarse por qué (Robinson Crusoe).
Hace años Alicia y yo viajamos al desierto. Fue la primera vez que sentí que, entre ambos, había un puente invisible imposible de cruzar. Un puente lleno de miedos. Ella mira la vida desde el temblor, desde una inseguridad total, como si el melodioso girar de planetas fuera, de repente, a detenerse, y todos entrasen en colisión unos contra otros. No se puede vivir así. Yo percibía la inmensidad de las arenas como una pista para correr, un horizonte sobre el que extender mi libertad. Ella, como una amenaza, como un límite. Pero yo no pude, no tuve valor, no fuí capaz de llevarla conmigo a este sentimiento que a veces me invade de que el mundo es mío, de que ha sido fabricado para mí y que siempre me regalará un segundo de felicidad a poco que decida probarlo. Quizá porque yo también soy un poco cobarde. El miedo,o la comodidad, me venció. En cambio, me impregné de ese temor y ahora supongo que ya no podría enfrentarme al desierto con el mismo hambre de horizontes con el que llegué allí. Recuerdo que lo que más me sorprendió fue cómo, pese a la aparente llanura, de repente, aparecía un hombre en bicicleta y, unos segundos después, ya no lo veíamos. ¿A dónde iba? ¿De dónde venía? ¿Se puede viajar de la nada a la nada? Me quedo mirando las pisadas del hombre que acaba de pasar delante de mi nueva casa en Walden. Puede que fuera yo mismo. Y que aún no logre darme alcance.

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